Diversos estudios han demostrado que la televisión tiene mayor influencia y efectos socializadores en las capas sociales y culturales más débiles. Los niños, pues, son una de las presas más fáciles y moldeables por el medio, y la falta de educación incrementa el riesgo de manipulación, ya que la educación proporciona pautas para un consumo racional y crítico.
Educar para la reflexión crítica supone ayudar a tomar distancias respecto a los propios sentimientos, comprender el sentido explícito e implícito de las informaciones y de las historias y sobre todo, ser capaces de establecer relaciones coherentes y críticas entre lo que aparece en la pantalla y la realidad del mundo fuera de ella. Para esto es necesaria una metodología de aprendizaje, que varía en función de los contenidos televisivos, pero que siempre debe intentar que los alumnos no realicen aproximaciones exclusivamente racionales y analíticas, desposeyendo al medio de su magia, de su capacidad de impacto, negando o marginando las sensaciones y emociones que suscita.
Una aproximación crítica a la televisión debería hacerse siempre desde la interacción entre emisor y receptor y el contexto social de ambos. Todo programa provoca sensaciones y emociones y es en la toma de conciencia de la reacción frente a estos sentimientos como debe realizarse la aproximación al medio. Tal como propone J. Ferrés, (1994) “se trata de lograr la comprensión, no el simple análisis; y la comprensión es un acto afectivo-intelectual”.
La televisión se convierte en una experiencia enriquecedora cuando después de su función de válvula de escape o entretenimiento, se añade la gratificación proveniente de la conciencia reflexiva y crítica. En este sentido Ferrés afirma que tanto profesores como padres deberían jugar un papel importante en la educación crítica sobre el medio. Deberían centrar los esfuerzos en enriquecer la experiencia pero sin negarla, facilitar una lectura reflexiva y crítica pero sin eliminar el placer sensorial y emocional.
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Ver la televisión no es una experiencia pasiva |
La experiencia televisiva es enriquecedora para la persona si se consume desde su bidireccionalidad, aprovechando sus potencialidades y obviando sus limitaciones. Así cualquier información podrá ser contextualizada, podrá superarse el riesgo de trivialización de la realidad y podrá hacerse un análisis en profundidad. El espectador puede dar sentido a lo que en una primera fase era sólo sensitivo. La hiperestimulación desembocará en la reflexión. Las respuestas afectivas serán confrontadas con las racionales y viceversa. El sentido de inmediatez proporcionado por las imágenes será compensado por el sentido de la reflexión propiciado por el diálogo. Se establece una dialéctica entre imagen y realidad. Se convierten en conscientes estímulos que eran inconscientes. La comunicación activa permitirá evitar la manipulación, que es una influencia inadvertida. Mediante comunicación activa se activarán mecanismos de defensa frente a estímulos agresivos desde el punto de vista ideológico, ético y estético. Las imágenes se convertirán en un medio de sensibilización y de implicación.
Y todo ello sin privarse del placer del espectáculo. Incrementándolo mediante adición de un nuevo placer: el del conocimiento. Se trata de experimentar que espectáculo y reflexión no son realidades incompatibles sino complementarias.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Ferrés, J. (1994): Televisión y educación. (Barcelona, ed. Paidós). Cap. 7 pg. 105 a 120: Criterios para educar en el medio